A mediados de los sesenta, mi hermano fue elegido representante sindical, trabajaba en una empresa de seguros. Después, se hizo de Comisiones Obreras, que entonces era considerada una organización subversiva y en consecuencia perseguida y reprimida por la policía.
Ya hacía unos años que mi hermano y yo hablábamos de política, los dos nos considerábamos enemigos del Régimen. Pronto pasamos de las palabras a los hechos. Con ocasión de las negociaciones del convenio colectivo de seguros, una parte de los representantes convocaron acciones para presionar a las empresas y conseguir mejoras. Para que se enteraran los currantes del ramo se organizó un reparto de octavillas en los centros de trabajo. A mí me tocó ocuparme de que llegaran a dos oficinas, donde las repartí lanzándolas sobre las cabezas de los trabajadores. Después desaparecí saliendo por pies.
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Un manifestante endiña una paraguazo a
un gris en la Gran Via, esquina
San Bernardo
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Yo aún estudiaba bachillerato, al pasar a “Preu” me cambié a una academia que estaba lejos de casa. Era una cooperativa de licenciados universitarios. En la academia había un ambiente bastante politizado; los mismos profes estimulaban que se hicieran asambleas de alumnos y la participación en debates y actos culturales de contenido antifranquista.
El 20 de enero muere Enrique Ruano, estudiante de 23 años, cuando era custodiado por la policía después de su detención por repartir propaganda “subversiva”. En la academia se suspendieron las clases para informar de lo que había pasado.
“Preu” fue un gran curso por los profes, por la academia, por los nuevos compañeros y compañeras –Enrique del Olmo, Vicente, José Duplá, Maestro…- y porque tenía 20 años y me comía el mundo.
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| Mayo de 1968, concierto de Raimon en la Facultad de Economicas de la Complutense |
Fui al examen a la universidad y aprobé por los pelos, pero a la primera. Fue el primer verano en mi vida de estudiante que no tenía que preparar ningún examen para septiembre. Podría haber disfrutado del tiempo libre en un Madrid que el verano había vuelto risueño. Pero no, yo ya había decidido que entraba en la lucha antifranquista sin reservas. Tenía que buscar una organización para trabajar con ellos. Lo más normal es que hubiera entrado en el PCE, pero no me parecían lo suficientemente radicales. Mi hermano me presentó a una gente del FELIPE y que procedía de la universidad. Fuimos a una reunión con uno de ellos que nos explicó como veían las cosas y nos pasaron algún “documento”. De todas maneras resultó que el FELIPE había entrado en crisis. Era el año 69 y se estaba disolviendo. Un núcleo de personas procedentes de esa organización continuaban vinculados entre ellos, dedicados, por lo que pude ver, a aclararse, lo que suponía la discusión basada en el estudio de teóricos marxistas como Althusser, Marcuse… Nacho y yo los habíamos conocido en el barrio.
A mí me parecía bien lo de aclararse y me uní a ellos aceptando de forma implícita sus dinámicas de grupo. No sabía cuánta gente eran, ni cómo se estructuraban -las normas de la clandestinidad imponían estos criterios- si bien con el tiempo se podía intuir que no había una organización detrás y que eran escasamente media docena de personas; una de ellas se encargaba de las discusiones conmigo. Usábamos libros de economía política que debían de ser básicos en los primeros cursos de carrera.
Nada de acción, estábamos en la fase de formación. A todo esto, yo me había matriculado en Filosofía y Letras. Algunos días me pasé por la facultad y asistí a clase; no me interesaba en absoluto lo que allí se explicaba. Es posible que si hubiera escogido periodismo o económicas mi reacción hubiera sido otra, pero mentalmente yo ya estaba en otro escenario. Si bien, desde que me integré en el grupo de estudio y discusión, por llamarlo de alguna manera, me pasaba las mañanas y parte de las tardes en una habitación acompañado únicamente por unos cuantos libros.
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| Vestíbulo de la Facultad de Letras de la Complutense |
O sea, que de lucha, acción y contacto con la clase obrera antifascista, nada.
De esta manera volví a recurrir a las pellas, pero esta vez sin problemas de conciencia convencido de que era lo que tenía que hacer, de que estaba en una situación transitoria que pronto daría paso a la práctica antifranquista y revolucionaria real. El fin justificaba los medios otra vez, aunque supusiera apartarme radicalmente del camino que a trancas y a barrancas había seguido, orientado a acabar una carrera y a ganarme la vida con ella.
Pasaron varios meses sin que nada se moviera. Mi falta de experiencia y la confianza casi incondicional en aquellas personas con las que compartía ideales explica una cierta pasividad y ningún espíritu crítico a la hora de soportar un estado de cosas que no encajaba con la idea que yo me había hecho. Finalmente, entre la gente del “grupo de estudio y discusión” resolvieron algunos asuntos pendientes y la situación se desbloqueó.
A través de unos amigos que trabajaban en la Renault de Valladolid conocimos al PCE (i); nos pasaron sus programas y los periódicos que editaban. Eran directos y claros, perfectamente inteligibles. Fue fácil decidirse, lo hicimos en bloque.
Cada uno fue a la célula u organización que le correspondía atendiendo a su condición de estudiante, profesional u “obrero” que era mi caso, pues en ese año, 1970, entré a trabajar en Cointra, una fábrica de Alcalá de Henares.
En la fábrica trabajaban unas 300 personas en tres turnos y todas las líneas de producción iban a tope. Enseguida me relacioné con la gente; a la hora del bocata se formaban grupos a pie de línea y lo normal eran las tertulias, se hablaba de todo con prudencia, también se hablaba en los lavabos, donde se aprovechaba para echar un cigarro. Me sentía muy a gusto con la gente, además el tipo de trabajo que me asignaron consistía en recorrer las máquinas para verificar que las piezas salían bien y en cada máquina me paraba un ratito que servía para hablar con los compañeros. Mi pinta no era la de un currante y ellos me lo decían, pero me recibían bien, no recuerdo desconfianza hacia mí; también es verdad que yo era bastante ingenuo y además la experiencia que estaba viviendo me emocionaba.
Después de un tiempo –no sé si fueron 3 o 4 meses- me hice una composición de lugar: no detecté que hubiera organización de Comisiones Obreras en la fábrica ni nada que se le pareciera; los enlaces sindicales tampoco eran visibles y de las conversaciones con los compañeros salía material suficiente para hacer una lista de cosas a reivindicar.
Durante ese tiempo ya había aparecido mi “contacto” con el Partido, era andaluz, algo mayor que yo y trabajaba en la construcción; era una persona simpática. Nos reuníamos el y yo solos por la calle o en algún bar. Me planteo que era necesario dar un paso más allá de conocer a la gente; para empezar redactamos un panfleto para repartir en la fábrica con la información que había recogido.
Cuando tuve las hojas, que iban sin firmar, una mañana entré en el vestuario y las empecé a meter en las taquillas; habría hecho la mitad cuando alguien entró y tuve que parar. Las octavillas que me quedaban, un buen fajo, las guardé en mi taquilla para seguir con la operación después. Pero no tuve ocasión, enseguida alguien que la encontró en su taquilla fue con el cante. Al abrir de nuevo mi taquilla no había una sola hoja; también habían limpiado las otras taquillas; o sea que era posible que mi panfleto lo leyéramos solo el “chivato” y yo y la dirección de la fábrica.
No puedo asegurar cómo me dijeron que estaba despedido, creo que fue al día siguiente antes de fichar a la entrada. Debí de volver a casa andando –vivía “de patrona” en Alcalá- los dos o tres kilómetros que separaban la fábrica del pueblo. No recuerdo las sensaciones, pero si había algo parecido a no acabarme de creer lo que había pasado. De repente todo se había ido al carajo. En ningún momento pensé en las consecuencias que podía tener sobre mi persona. Estaba muy tranquilo, pero sobre todo frustrado y triste. En eso estaba cuando llegué a la casa, la “patrona” que era la pareja de un compañero de la fábrica me dijo que hacía poco habían venido unos señores preguntando por mí. Al poco rato los señores volvieron; eran tres guardias civiles de paisano, uno de ellos con cara de hijo de puta; no sé si me lo esperaba pero no me sorprendió aunque al haber pasado casi un día sin que aparecieran pensé que era posible que en la fábrica no hubieran dado parte. Registraron mi habitación pero solo encontraron el Libro Rojo de Mao en la mesita de noche, era mi lectura de cabecera. Me enmanillaron y fuimos los cuatro en un R4 al cuartel de Alcalá. Pasamos al despacho del capitán, un hombre mayor de buenas maneras. Me hizo un interrogatorio suave y yo no me salí del guión: no sabía nada de las hojas y en mi taquilla no había nada y la empresa se lo había inventado todo.
Que el panfleto solo hablara de cuestiones laborales y no fuera firmado le restaba peligrosidad e importancia.
Después de un rato el capitán dio por terminado el asunto. No recuerdo haber pasado a los calabozos y sí que me trajeron un menú completo para comer. Por la tarde volvimos al coche y paramos en el cuartel de Torrejón, allí me presentaron al teniente, un tipo joven. Las mismas preguntas y las mismas respuestas. Cuando vio que no me saldría de aquí, entró en escena el guardia civil con cara de hijo de puta. Tuvo el detalle de quitarme las gafas, después empezó a hostiarme con ganas. Daba muy fuerte en la cara pero con la mano abierta; de vez en cuando, paraba para que el teniente preguntara, para entonces yo ya había decidido no abrir la boca. Durante una andanada de hostias se me escapó un poco de orina, lo suficiente para traspasar los calzoncillos y llegar hasta la silla donde estaba sentado. Desde entonces mi preocupación era que no vieran que me había meado encima.
Al final se cansaron de darme de hostias y de preguntas sin respuesta y el teniente decidió que me pasaran a la Dirección General de Seguridad; al levantarme para irme ví que la silla no parecía mojada y que la gabardina que llevaba puesta tapaba mis pantalones y respiré aliviado.
En la DGS no me dieron importancia, no tenía antecedentes y la “carga” de la acusación era leve; después de un par de interrogatorios firmé una declaración que me pareció aceptable y salí a la calle. Creo que fue a la mañana siguiente, aunque no sé cuantos días estuve en los calabozos. Recogí mis cosas del piso donde paraba, cabían en una bolsa. Unos días después me encontré con mi “responsable” del partido, le conté lo que había pasado; lo interpretó como un contratiempo sin más, solo quedaba recuperar, si era posible, la relación con los compañeros con los que había habido más afinidad. Volví a Alcalá, hablé con un par de ellos, fue mal, no quisieron saber nada de mí, yo solo era un tipo del que sabían muy poco y que, a juzgar por como habían ido las cosas, solo les podía complicar la vida. Eso es lo que dio de sí mi primera experiencia obrera. Ellos no funcionaban así, si curraban ocho o diez horas en una fábrica, haciendo turno de noche o levantándose de madrugada para entrar a las seis, era porque no tenían más remedio, es decir , para ellos no era una experiencia .
Esta diferencia se les hizo evidente con mi despido, detención y los motivos de todo ello. Yo no era uno de ellos, era otra cosa. Lo sentí, apreciaba a aquella gente. Durante el tiempo que estuve en la fábrica me encontraba a gusto con ellos.
Por su parte mi hermano continuaba en su empresa y jugaba un papel destacado como representante de los trabajadores de su ramo. Fue un tiempo en el que los currantes de seguros consiguieron las mayores mejoras laborales que había conocido.
El partido decidió que trabajara en la construcción; en una obra el trabajo de agitación podía dar resultado más rápido, las características de continua eventualidad de los contratos de obra hacía que los currantes se cambiaran de obra sin problema, por lo que el despido no era una amenaza.
Me presentaron a otro camarada de la construcción, tanbien sevillano. Con él y dos o tres obreros más formamos una “célula”.
Durante este tiempo el PCE (I) organizó alguna manifestación en barrios obreros como el Pozo, Vallecas, Carabanchel…Eran los llamados “saltos”, no se sabía el sitio concreto hasta poco antes de la hora, en la “cita previa”. Cuando llegabas al lugar veías más gente joven de lo normal en una calle y con pinta de estudiantes la mayoría; al grito de un eslogan por parte de un camarada que se plantaba en medio de la calzada, todos aquellos que deambulábamos, unos cien, ocupábamos la calle y marchábamos durante unos diez minutos coreando eslóganes. Normalmente nos íbamos antes de que llegara la policía. Era un acto positivo de propaganda, contundente y colectivo, en el que participaba toda la organización y con el que se rompía el silencio y la resignación que imponía el franquismo durante unos minutos. Por fuerza tenía que ser breve, ni se buscaba el enfrentamiento con la policía, ni el carácter y el tamaño del partido se podían permitir detenciones.
El caso de Comisiones y del PCE era diferente, su táctica a finales de los sesenta era la de conquistar espacios y ir forzando su reconocimiento aunque fuera a costa de detenciones masivas; la convocatoria de manifestaciones se hacía abiertamente. El Primero de Mayo, por ejemplo, se llamaba a los trabajadores de Madrid a que se manifestaran en la Gran Vía a las doce del medio día, eso suponía que desde la diez de la mañana los grises la tenía tomada; se daba una aglomeración mayor de lo habitual formada sobre todo por trabajadores a los que, cuando formaban un grupo, la policía “disolvía” a porrazos. En muchas ocasiones la prensa informaba de lo ocurrido.
La detención de mi hermano se produjo en esta linia; Comisiones organizaba una asamblea de la “Intercomisión”, estructura abierta que agrupaba a representantes de los diferentes ramos, para preparar el Primero de Mayo. El treinta y uno de marzo de 1968 se dispuso que varios autobuses salieran desde distintos puntos de Madrid hacia Zarzalejo donde se tenía previsto hacer la reunión en un recinto de los jesuitas. Llegaron todos los autobuses menos uno, que después se supo había sido interceptado antes de que saliera de Madrid y detenidos todos los ocupantes. En lugar de suspender la reunión ante la falta de uno de los autobuses y asegurar el regreso a Madrid de los asistentes, se decidió continuar y hacer la asamblea en el campo, pues los jesuitas ante aquella situación no dejaron el local. Acabada la reunión volvieron a la carretera y allí se encontraron con la Guardia Civil que le acompañó hasta la DGS; el resultado fue que, en lugar de los cuarenta detenidos del primer autobús, fueron ciento veinte. No todos los detenidos estuvieron de acuerdo con aquella manera de proceder, entre ellos mi hermano; tampoco fueron consultados, pero el asunto es que Comisiones dejaba constancia de su existencia y su carácter pacífico y democrático.
En 1968 con la invasión de Checoeslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia, en una serie de partidos comunistas europeos se habla abiertamente de las diferencias políticas con la URSS. Esto comporta la no aceptación de la dirección de Moscú y la aparición de lo que luego se llamó “Eurocomunismo” como linia política propia de esos partidos de Europa occidental. EL Partido Comunista de España fue uno de ellos, sus objetivos fueron, a partir de entonces, conseguir de manera pacífica el paso de un régimen de dictadura a una democracia de tipo occidental; se entendía esto como un proceso de reformas políticas sin poner en cuestión el modelo económico.
El PCE (i) sin embargo no era “reformista” sino “revolucionario” lo que implicaba el derrocamiento por la fuerza de la dictadura y del sistema económico al que daba cobertura – el capitalismo – como paso previo para construir un régimen socialista. Era la teoría marxista-leninista tal como se interpretaba desde la izquierda radical, de la que el PCE (i) formaba parte.
Pero tanbien eso empezó a cambiar; en el setenta, en el seno de partido, se produjeron una serie de movimientos que cuajaron en la ruptura de la organización. En junio de aquel año fue detenido Manuel Valverde Valseca, secretario general del partido y su fundador cuando en 1967 dirigió la escisión dentro del PSUC que dio origen al PCE (i); junto a él tanbien cayeron otros miembros de la dirección. En mayo del setenta y uno, los militantes – unos treinta- que estaban en la cárcel Modelo de Barcelona a consecuencia de una redada policial contra el partido, después de una manifestación en febrero de aquel año, en la que cinco policías resultaron con quemaduras por “cockteles Molotov”, se enteran de que parte de la dirección ha destituido al secretario general y ha nombrado otro comité central.
Debió de ser a comienzos del verano del setenta y uno cuando en Madrid se nos comunicó en una reunión de nuestra célula los cambios en la dirección del partido y la expulsión del secretario general.
Tengo escasos recuerdos de aquella reunión; vinieron una o dos personas a las que nunca había visto acompañando a nuestro “responsable”. Los argumentos fueron escasos, eran un batiburrillo donde se mezclaban las delaciones como causa de la caída de Barcelona, con detalles íntimos de las cartas del camarada “Andrés”, el secretario general, a su compañera y críticas a su personalismo a la hora de dirigir el partido.
En esta versión que nos daban aquellos que habían efectuado los movimientos, no figuraban argumentos políticos, no se mencionó que fuera necesario cambiar la linia política del partido y sus métodos de acción.
Me quedé sin saber que pensar. El relato era confuso, pero yo no tenía capacidad para cuestionarlo.
Rafa, el otro camarada de la construcción que tenía más experiencia política, puso en duda los motivos que se daban para justificar la destitución y expulsión del secretario general. La tensión subió unos grados más cuando pidió una explicación de la muerte de Juan Guerrero, un veterano militante que apareció muerto a tiros en un pueblo de Barcelona, en mayo del setenta y uno. Fue acusado de confidente de la policía y de ser el causante de las detenciones en Barcelona. Rafa exigió las pruebas de aquella acusación tan grave pero no las dieron.
La indefinición de las diferencias políticas hacía que todo aquel movimiento solo tuviera sentido como una lucha por el poder en el partido y que la fracción que lo había impulsado, aprovechando la detención del secretario general y la caída masiva de la organización en Barcelona, lo había hecho con procedimientos miserables. Decidí que no podía estar de su lado y por medio de Rafa nos pusimos en contacto con la parte del partido – muy minoritaria – que continuaba apoyando desde Barcelona al camarada Andrés (Manuel Valverde) como secretario general.
Un año después, en 1972, llegué a Barcelona para trabajar con el PCE (i) “linia proletaria”, que fue como se quiso distinguir aquella fracción. La otra, la mayoritaria, siguió llamándose PCE (i) y con el tiempo pasó a ser el Partido del Trabajo de España.
Tenía ganas de hacer ese viaje y no solo por motivaciones políticas; que desde Barcelona me llamaran me vino de perlas. El franquismo convirtió España en una autarquía lo que comportaba un aislamiento del país que duraba más de treinta años. Ver extranjeros en Madrid no era frecuente y tener relaciones con ellos aún menos. A pesar de ser una gran ciudad la gente como yo no teníamos contacto con las corrientes culturales o artísticas que circulaban por Europa o America, más allá del cine de “Arte y ensayo” y alguna obra de Pirandello o Bertold Brech. En ese panorama Barcelona representaba una ventana semiabierta al exterior. Era una ciudad portuaria y la frontera con Francia estaba a pocas horas; para un joven de veinte y pocos años resultaba muy atractiva; si bien y con la perspectiva del tiempo, lo que íntimamente deseaba era salir a ver mundo y no pararme en Barcelona. Veníamos con una cita concertada con alguien del partido, nos encontramos en una placita en la parte alta de la calle Muntaner. Vino la compañera del camarada Andrés, el secretario general, fue bastante breve me explico que iría a la organización del Baix Llobregat; me presentó a la camarada Ortega que estaba organizada allí. Con ella y su compañero, el camarada Pí viví durante una temporada en su piso de Pubilla Casas.
Una o dos reuniones con los camaradas del Baix, Ortega, Barcelona y Jacobo y empezó la acción. En el Sindicato Vertical de Cornellá había convocada una concentración para apoyar a los trabajadores de una fábrica que estaba en lucha. Los camaradas habíamos quedado allí para sumarnos. Cogí un autobús para ir hasta allí. Cuando pasábamos delante del edificio del sindicato, el autobús tuvo que parar, la gente había ocupado la carretera, desde el autobús ví como en ese instante llegaban varios vehículos de la Guardia Civil. Al bajarse los guardias les recibió una lluvia de piedras, delante nuestro un enorme cascote impactó contra la cabeza del sargento que iba al mando y cayó conmocionado. Bajé del autobús, como suele pasar la situación era caótica, me quedé impresionado de la dureza de los primeros momentos, luego todo fue confusión. No recuerdo haberme encontrado con los camaradas. Tanto Barcelona, como Jacobo trabajaban en fábricas del Baix, que entonces era una zona industrial en agitación permanente. Comisiones Obreras tenía mucha presencia y los hombres que destacaban en las fábricas eran de esa organización; su líder más conocido era Juan Ramos, trabajador de la Siemens.
Lo ocurrido delante de la CNS no lo tenían previsto. La violencia y la agitación espontánea no era su forma de hacer; pero la calle era un medio propicio para la acción de los obreros más lanzados. En aquellos años una parte considerable de los trabajadores entraba en escena cuando se abría una situación conflictiva, iban por libre, no obedecían ningún tipo de disciplina, daban salida a la rabia y al odio y podían hacer saltar cualquier cálculo táctico de las direcciones de Comisiones y del PSUC que se veían desbordados por su combatividad. La aparición de esta fracción de obreros siempre ha sido espontánea, los activistas radicales nos encontrábamos con ellos en la acción pero eran muy pocos los que se unían a nuestras organizaciones. El obrero “organizado” ha sido bastante excepcional en España y los que lo estaban ya tenían en el PCE y Comisiones su referente.
En el partido se seguía con la agitación y la propaganda en las barriadas obreras y en determinadas fábricas, preferentemente donde trabajaba algún camarada. Una madrugada fuimos a la entrada de una fábrica en Badalona, la Superpantalón, como estaba lejos un camarada de la universidad nos llevó con su coche; íbamos Ortega, Pí, otra camarada, el conductor y yo, en total cinco. Empezamos a repartir octavillas entre los trabajadores y al poco apareció un “zeta” – así era como se llamaban los coches patrulla de la Policía Armada, los “grises” - con tres policías de uniforme, se bajaron y nos preguntaron qué hacíamos, nos pidieron las octavillas y la documentación, pero parecían más descolocados que nosotros. Durante unos instantes nos quedamos bloqueados; Pí resolvió la situación con un grito: “¡A correr!”y los cuatro reaccionamos, mientras los grises miraban como nos alejábamos atravesando un campo de coles.
En aquella época (primera mitad de los setenta) el contenido de la propaganda del partido que repartíamos por fábricas y barrios trataba cosas de la actualidad política como el análisis de las contradicciones entre las diferentes facciones del Régimen: Opus, tecnócratas, falangistas; el golpe de estado en Chile; el movimiento de los militares de Portugal el 25 de abril; el apoyo al Frente Polisario en la lucha del Sahara “Español” por su independencia…Las cuestiones sociales y laborales quedaban en segundo plano. Aunque a veces algún conflicto laboral de dimensión poco común, como las huelgas de SEAT y la de la Roca de Gavá, pasaban a centrar la actividad del partido y de su prensa.
Tambien teníamos muy presentes fábricas, que aunque no hubieran camaradas trabajando eran importantes: Philips, Olivetti, Vanguard, Pegaso, Indo, Siemens…A mi se me grabó un reparto a la entrada de la Fabra Y Coats en Sant Andreu. El turno de mañana empezaba a las seis y a las cinco y media ya estábamos allí un grupo de camaradas. A esa hora algunas trabajadoras con criaturas en los brazos y todavía dormidas las dejaban en una “Casa Cuna” que la empresa tenía junto a la fábrica.
Durante unos años fui Enrique Teixidor. Este cambio de identidad no fue voluntario sino consecuencia de un episodio un poco cómico: una de las acciones que prodigaba el partido en los barrios eran los “mítines” en sitios concurridos, las salidas del Metro eran uno de ellos ; aprovechábamos que a determinadas horas cientos de personas salían y entraban al Metro para repartir “hojas informativas” desplegar banderas y pancartas y un o una camarada, a voz en grito ( aún no teníamos megáfonos ) soltaba unas cuantas parrafadas poniendo bastante pasión. La cosa duraba unos diez minutos y se conseguía cierta atención del personal. Una tarde, a la salida del Metro de Sant Ramón, hoy Collblanch, hicimos uno y a mi me tocó hacer de speaker; todo fue bien, acabamos la acción y nos fuimos de forma ordenada, pasado un rato, si no había sorpresas, cada uno se marchaba por su cuenta. Yo me fui hacia Pubilla Casas donde estaba la casa de Ortega; en el camino me encontré con un compañero de otra organización con el que teníamos buena sintonía, fuimos charlando y nos metimos en un bar. Estábamos tomando una cerveza cuando alguien me pidió la documentación, se trataba del inspector de policía de la dotación de un “zeta” al que acompañaban dos grises. Después todo fue muy rápido, le entregué el DNI y me quede sin él, al tiempo que comprendía mi error: hacía un buen rato que me estaban siguiendo; pude reconocer al chivato, la expresión de su cara le distinguía entre toda la gente del bar que observaban muy atentos lo que estaba pasando. “Queda detenido, acompáñenos” y salimos del bar al “zeta” que estaba parado en la puerta. Pero ellos tanbien cometieron un error: no me esposaron y una vez en la calle vi que había espacio para correr. Fue una arrancada eléctrica, el inspector se lanzó detrás de mi, durante unos segundos lo tuve muy cerca – oía sus pisadas- pero fue perdiendo fuelle y yo me perdí entre las calles del barrio, entré en un solar y me metí dentro de una zanja.
” -¿Que te pasa, por que te escondes?
Tres chavales asomaban la cabeza por la zanja
-Me persigue la policía, ¿Porque no vais a mirar y me decís como esta la calle?
-Vale”
Y así lo hicieron. Después de un buen rato volví a salir a la calle. Aunque no tengo más recuerdos de aquella noche, lo más probable es que después de unas cuantas vueltas acabara en la casa de Ortega, era el único sitio a donde podía ir. En seguida el partido me cambio a la casa de otros camaradas, lejos de Púbilla Casas, allí estuve unos días encerrado hasta que me consiguieron otra documentación. Cuando volví a salir a la calle era otra persona.
Aún no hacía un año que había llegado a Barcelona y la cosa prometía.
Por aquella época el partido trataba de impulsar un “Frente común contra la represión”, como una vía para conseguir la unidad de acción del movimiento antifranquista, no recuerdo que tuviera una acogida significativa. Si hubo unidad de acción en contra de la intervención de Estados Unidos en Vietnan que se concretó en asambleas en diferentes facultades y en una manifestación por el centro de Barcelona de una doscientas personas; empezó en la confluencia de la calle Pelai con Balmes y después siguió Ramblas abajo, cuando acabó la manifestación, un piquete de otra organización lanzó unos cuantos “Cokteles Molotov”´sin ninguna necesidad, una camarada se lo reprochó en una acalorada discusión sobre cómo debía de ser la “autodefensa”
El foro más usual para el planteamiento de la unidad de acción era la universidad, si bien la Assamblea de Catalunya y Comisions Obreres eran los foros unitarios más consolidados. El partido no se acabó de integrar, entre otras cosas porque eran organismos muy controlados por el PSUC y en los que tambien estaba el PTE con el cual existía una incompaibilidad cerval; a veces nos sumábamos a algunas de sus convocatorias. Una de ellas fue la gran concentración que se hizo en el monasterio de Sant Cugat. De vuelta a Barcelona la gente tomó las unidades de los Ferrocarriles Catalanes. Cuando llegábamos a Barcelona se corrió la voz de que la policía estaba esperando en la estación de Provenza y la mayoría decidimos bajar en Sarriá; al salir a la calle Gran nos encontramos con que los Land Rover de la policía subían a toda pastilla. Allí detuvieron al camarada Pí y a mucha más gente que tuvieron que repartir por diferentes comisarías.
La actividad del partido era intensísima, eso comportaba que los militantes estuviéramos sometidos a una sucesión incesante de acciones, reuniones, asambleas… La gente que trabajaba de ocho a diez horas no podía seguir ese ritmo y esa entrega absoluta.
Este tipo de militancia hacía del PCE (i) una organización, si cabe más minoritaria, lo que configuraba una especie de circulo vicioso: pocos militantes igual a mayor actividad por militante, lo que a su vez hacía difícil la incorporación de nuevos camaradas que pudieran asumir ese ritmo. Esta cuestión quedaba más patente cuando se proponían campañas de gran alcance.
En 1973 el “Tribunal de Orden Público” abrió el proceso 1001 en el que se iba a juzgar a toda la cúpula de Comisiones Obreras que había sido detenida en junio del año anterior; el juicio tuvo lugar en diciembre del 73. El partido – tendríamos que decir el comité central, es decir su secretario general- consideró que la defensa de los sindicalistas pasaba a ser la prioridad en nuestro trabajo. En el Baix tuvimos una reunión en la que el “responsable” de la célula explicó el significado que tenía aquel juicio y su transcendencia para el movimiento obrero y antifranquista. Después vino la explicación de en qué consistía la campaña y lo que tenía que hacer cada organización; cuando llegamos al número de hojas informativas y otro tipo de materiales nos dejó estupefactos, se trataban de varios miles a repartir entre los cuatro camaradas del Baix. Yo pensé que alguien se había vuelto loco. La distancia entre los objetivos que se fijaba el partido y la realidad de sus fuerzas los convertían en absurdos. Creo que fue Jacobo quien se atrevió a plantear objeciones por lo poco realista del plan; el resto de camaradas pensábamos igual.
Sobre el papel se trataba de una campaña unitaria en la que el PCE(i) compartía la defensa de los sindicalistas con la casi totalidad de organizaciones antifranquistas de Cataluña y en la que se llamaba a la huelga general. La idea era paralizar el país y a nosotros nos tocaba parar el Baix, para ello contaríamos con camaradas de universidad. Vinieron unos cuantos Feliu, Marcelo, Pi, Riudarenes…De madrugada nos plantamos en la Soler Almirall -una fabrica donde trabajaba un camarada- y entramos con los obreros que a esa hora fichaban en el reloj de entrada. Empezamos a repartir las octavillas con el llamamiento a la huelga y a hablar con los trabajadores, alguno parecía que ya sabía lo del 1001 pero la gran mayoría se quedaron parados al ver nuestro piquete y lo del la jornada de lucha convocada no les sonaba demasiado. No conseguimos que la cosa pasara de aquí y nos fuimos esperando que lo hablaran después.
En la Fergat, otra fábrica próxima con gente del partido, entramos a la hora del bocata, los porteros al ver un grupo bastante numeroso nos dejaron pasar y mientras unos se quedaban con ellos en la portería, el resto fuimos al comedor , allí estaban los currantes que alucinaron al vernos y al oir lo de la huelga por la gente del 1001 etc un trabajador que debía ser un sindicalista de Comisiones nos contestó delante de sus compañeros que en la fábrica se compartía lo que planteábamos , pero que era su asamblea quien tenía que decidir ; también habló uno de los camaradas que trabajaban allí , fue un parlamento breve y encendido. Después de aquello estaba claro que nuestra presencia allí no tenía sentido; nos despedimos y los currantes rompieron en un aplauso.
Salimos de la Fergat emocionados pero convencidos que ese día el Baix no lo íbamos a parar nosotros …
A partir de esa hora el resto de la jornada ya no tuvo historia; la gente ya estaba dentro de las fábricas. Aún pudimos repartir octavillas en alguna obra. Hicimos el trayecto de Cornella a Hospitalet andando, con la intención de pasar por la zona industrial de la Almeda, pero estaba desierta. Llevábamos desde antes del cinco de la mañana yendo de un lado a otro y esquivando las patrullas de la policía. Nuestra “Línea proletaria” había llegado a muchas manos en las calles de Cornella y Sant Joan Despí. A eso de las diez y media o las once empezó a llover con ganas, parecía como si desde arriba San Pedro nos dijera “venga muchachos dejarlo ya, iros a casa”. Al cabo de un rato, ya en Hospitalet, nos paramos a valorar la situación. Llovía aun más, nos miramos unos a otros calados hasta los huesos y exhaustos; eramos los únicos seres vivos que se veían en la calle, no hacía falta hablar: aquello se había acabado.
Antes de separarnos un camarada se puso en contacto con alguien del partido para informarle.
A los diez encausados en el 1001 les cayeron unas penas de hasta diez años por cargos como asociación ilícita.
Si se busca en Internet no hay apenas referencias a la contestación interior del proceso y si a las movilizaciones de solidaridad en el resto de Europa.
Aparte de las acciones en el Baix no tengo información de cómo fue en el resto de organizaciones del partido. Había comarcas en las que teníamos cierta implantación, como en el Penedés y en el Vallés Oriental.
Como Enrique Teixidor entré a trabajar en Complisa, una fábrica del ramo de las artes gráficas que estaba en la Zona Franca y en la que reinaba la paz social, no debía contar con más de cien trabajadores repartidos en tres turnos. Me dediqué a conocer a la gente, no había señales de ningún tipo de resistencia, ni de organización obrera, pero conocí a Pablo, un tipo simpático y con “gancho” que venía a hacer trabajos de mantenimiento. Nos hicimos amigos y al poco tiempo le pase nuestra “prensa”, le gustó y pidió más. No tardó en entrar en el partido; detrás de el vino una colla del Besós y tanbien otro compañero de la fábrica, Andrés.
Estuve en Complisa talvez dos años pero en esta ocasión no hubo una salida forzada. No hubo ningún error por medio. Entré en una fábrica en la que reinaba la paz social y cuando salí seguía reinando esa paz, yo no la alteré. Allí se quedaban Andrés y Pablo a los que seguí viendo en las actividades del partido. De hecho cuando yo entraba a trabajar en algún sitio lo que me salía era hablar con la gente y hacer amigos, no buscar el conflicto.
Pasé de nuevo a la construcción a una obra grande de la Zona Franca, corría el tiempo sin sorpresas hasta que empezó la negociación del convenio del ramo. Los representantes sindicales -los enlaces del Sindicato Vertical – eran en su mayoría de Comisiones y del PSUC, pero también había un sector importante que estaba más a la izquierda; eran gente de la LCR, de Bandera Roja, del PTE, de la Autonomía Obrera… De tal manera que, en las asambleas que se hacían en el edificio del Sindicato Vertical en Via Layetana, se fue organizando la huelga. La cosa se puso en marcha con fuerza. En las obras se fue caldeando el ambiente; en la nuestra se aprovechaban los almuerzos y las comidas para hacer asambleas en el comedor. Cuando llegó el día se organizaron piquetes que iban sumando gente de las obras, lo que jugaba un papel disuasorio entre los dudosos y los renuentes; alguno, aún conociendo la convocatoria, se había puesto a trabajar. La presencia de un piquete numeroso era convincente, hormigoneras enteras se tiraron ante la actitud decidida de los huelguistas. El resultado fue que la Zona Franca paró entera desde primera hora y el piquete se convirtió en una larga serpiente. Se hizo una asamblea en una Iglesia cercana y desde allí salimos para la plaza de Cataluña, donde estaba previsto hacer una asamblea general de todos los huelguistas, pero en el Paseo de la Zona Franca nos estaban esperando los “antidisturbios”, hubo carreras y detenciones. Finalmente nos reunimos con los compañeros de toda Barcelona. En la plaza, llena de obreros; empezaron los parlamentos pero la cosa duró poco, otra vez los “antidisturbios” volvieron a cargar y nos acabamos dispersando; entre la gente se pasó una segunda convocatoria de asamblea en un recinto cerrado. La policía quería evitar esas asambleas y nos lo ponía muy difícil. Estando reunidos en el claustro de la Catedral nos avisaron que venían a desalojarnos, cerramos la puerta justo cuando iban a entrar. Después de un buen rato pudimos salir, la policía se había retirado; no sé si a instancias de alguien de la Catedral. Los enfrentamientos fueron a más en los días siguientes.
Otro de los sitios que se utilizó para hacer asambleas fue el cine Princesa. Era un espacio grande que estaba en desuso y que utilizaba el Sindicato Vertical,; en ocasiones también nos lo encontrábamos cerrado y los alrededores tomados por la policía que dispersaba a la gente que se acercaba. No tardaban en saltar los enfrentamientos.
No recuerdo al cabo de cuantas semanas, los de Comisiones presentaron un acuerdo con la patronal como bueno, fue en una asamblea en la catedral. Por lo visto allí el acuerdo solo les parecía bien a ellos, el resto de “picos de oro” (Yo no me encontraba en esa categoría) de las otras organizaciones lo rechazaron, `pero a los de Comisiones no les afectó, firmaron y desconvocaron la huelga. Por parte de los demás se quiso continuar, pero no era posible mantener la huelga si en una gran parte de las obras se había empezado a trabajar.
Durante todo este tiempo me encontré en una soledad bastante penosa como militante de un partido que en teoría tenía que dar alternativas, pero con el que no podía discutir la jugada pues era yo el único en la organización de Barcelona que trabajaba en la construcción y participaba en la huelga. Por otra parte lo sindical no acababa de tener encaje en la práctica del partido y eso se evidenciada reiteradamente. Solo las organizaciones del Penedés y Granollers contaban con cierta presencia en los centros de trabajo de su zona. Tampoco se encontraban obreros con responsabilidades orgánicas
La dirección del partido quería que se hiciera trabajo político en las fábricas, en las obras, en los barrios, en las universidades… Es decir teníamos que trasladar allí los planteamientos antifascistas y revolucionarios que nacían de la teoría marxista-leninista. Que había que acabar con el Franquismo y todo lo que suponía para la mayoría de la población era una cosa compartida para esa población que lo sufría y que en aquellos años empezaba a rebelarse y a enfrentarse a él de forma generalizada en huelgas, luchas vecinales o en las universidades . Sostener esa resistencia creciente, incrustarse en ella entendiendo sus dinámicas, conociendo los pensamientos que la alentaban era imprescindible si se quería que nuestras propuestas fueran conocidas y llegaran a ser asumidas por los resistentes; pero eso solo pasaba en contadas ocasiones. Con todo, la radicalidad del PCE(i) y otras organizaciones similares que pasaba por derrocar el Franquismo mediante un levantamiento popular violento y sustituir la dictadura franquista por otra del “proletariado” que mantuviera a raya a los enemigos del pueblo, conectaba con un sector minoritario, pero nada desdeñable de la gente. Trabajar en esa linia para nosotros tenía la gran dificultad que comportaba ser una organización tan reducida, a lo que había que sumar las urgencias que para la dirección del partido planteaba la evolución política de España.
Según los análisis del comité central o, para ser más exactos, de Manuel Valverde, el Franquismo se acercaba a su final coincidiendo con la decadencia física del dictador. Este final de “régimen” colocaba a España en una situación “prerrevolucionaria” y ante eso solo un partido de corte leninista, podría conseguir que esos cambios llevaran a un proceso revolucionario y que no quedaran en un mero retoque cosmético, que es lo que supondría una democracia “burguesa” como la que preparaba la “oligarquía” y sus diferentes aliados, entre ellos el PCE y el PSOE. En consecuencia no se podía esperar a tener una organización con una minima implantación social y una militancia numerosa para que los planteamientos del partido tuvieran alguna incidencia. Éramos lo que éramos y en esas condiciones teníamos que actuar, aunque nos quedáramos solos. Esta visión de las cosas fue la que dominó nuestra práctica en los años finales del franquismo y en los inicios de la transición.
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| "Llibertat, amnistia i estatut autonomia" ; manifestaciones en Barcelona, Febrero de 1976 |
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| "Llibertat, amnistia i estatut autonomia" ; manifestaciones en Barcelona, Febrero de 1976 |
La primera mani que hicimos en Santa Coloma debía de ser en 1976, la víspera del Primero de Mayo, a media tarde en el barrio del Fondo. Fuimos bajando por la calle del Reloj detrás de una hermosa bandera roja; a mitad del recorrido un hombre saltó delante de la mani y pidió que le dejáramos llevar la bandera. Así llegamos a la plaza del Reloj que a esa hora estaba muy animada y llena de gente. Se acabó la mani después de cantar la Internacional y hacer un buen reparto de “hojas informativas”
Con el hombre de la bandera, Manolo, o el “Nen de Goma” para los muy amigos, establecimos una relación que se prolongo en el tiempo. Gracias a el conocimos a su circulo de amigos; todos obreros antifascistas y radicales, les fui visitando, les llevaba la prensa del partido y comentábamos la situación política.
Ellos nos descubrieron Santa Coloma y parte de Badalona. En el barrio de la Inmaculada de esta ciudad se inició una lucha vecinal para detener la construcción de unos bloques de viviendas en un gran solar, donde los vecinos pedían un parque. La Asociación de Vecinos convocaba concentraciones por la tarde que llegaron a ser bastante numerosas; se cortaba el tráfico en aquella calle y se hacían asambleas abiertas. La policía nos acompañaba discretamente; hasta que un día, cuando los vecinos tenían cortada la calle, un coche arremetió contra la concentración y hirió de consideración a una chica, la gente sacó al conductor del coche con ganas de lincharlo fue entonces cuando la policía intervino llevándose lo detenido y salvándole de algo más que una paliza. Pero el coche quedó allí, en medio de la calle y saltó la idea de quemarlo.
Hubo quien opinaba que aquello era introducir un elemento de violencia en una protesta pacífica. Por fin se decidió que se hiciera pagar de alguna manera la agresión y los vecinos empujaron el coche adentro del solar y le metieron fuego.
Para una parte de la gente tuvo un efecto positivo en cuanto aquella agresión no quedaba impune, pero el incidente asustó a otro sector y a partir de entonces bajó la cantidad de asistentes a las concentraciones.
La constructora que había empezado los trabajos en el solar acabó por retirarse y los asambleas se trasladaron allí. En aquellas asambleas conocimos a José Manuel Soria que desde la asociación de vecinos había llevado la iniciativa en todo aquel proceso. Siempre reconocimos su liderazgo y él encontró en nosotros todo el apoyo que supimos darle.
Pasaba el tiempo y los pisos no se construían, pero el parque tampoco. Las movilizaciones en la calle perdieron fuerza y al final del verano acabaron por agotarse; llegó un momento que solo quedaban los activistas del barrio y los camaradas del partido.
El capitulo se podía haber cerrado entonces sin haber conseguido lo que se perseguía con aquella reivindicación vecinal. Fue una idea de Jeremías, un compañero del circulo de Santa Coloma, la que dio continuidad a la lucha; en uno de los edificios vecinos que limitaban con el solar habían unos locales vacíos y cerrados. La propuesta era abrirlos y ocuparlos para que el barrio tuviera un espacio de encuentro. Se ocuparon sin dificultad y en ningún momento vinieron a echarnos. Se abrió una nueva etapa que empezó a tener vida propia. Se montó una escuela informal; una compañera se ocupo de darle cuerpo. No se de donde salieron mesas, sillas y pizarras pero al poco tiempo la escuela funcionaba convirtiéndose en el otro eje de la lucha vecinal - La escuela de la Libertad es una realidad desde hace años - Todo eso sucedía en 1977, hacía dos que Franco había muerto y España estaba inmersa en un periodo de cambios y convulsiones.
La lucha de la Inmaculada sirvió para consolidar la relación con el grupo de Santa Coloma al que poco a poco se fueron sumando más amigos, si bien no se podía hablar de una organización formal, éramos gente que simpatizábamos entre nosotros y que compartíamos la radicalidad antisistema. En esos términos simpatizaban tanbien con el partido, pero esa simpatía se hacía extensible a otras organizaciones de extrema izquierda, si bien el hecho de estar allí compartiendo la actividad reivindicativa y política del barrio, había creado un fuente vinculo.
En el partido tambien cambiaban cosas; al mismo tiempo que se aprovechaban los espacios legales que se abrían con la nueva situación política y se creaban entidades como la Asociación de Amistad y Solidaridad con el Pueblo Saharaui, la actividad de la organización se volcaba en ocupar la calle. Las manifestaciones se fueron desplazando al centro de Barcelona; cada poco, los fines de semana, el PCE (i) saltaba en Canaletas y seguía Ramblas abajo. Este cambio de escenario tanbien comportaba un cambio en el planteamiento de las manif que pasaron de ser pacificas a buscar el enfrentamiento; era impensable hacer una manifestación sin permiso en el centro de Barcelona y que no apareciera la policía a los diez minutos.
Las Ramblas y las calles del Casc antic se convirtieron en un campo de batalla. Ya no se trataba de cubrir la dispersión de los manifestantes sino de prolongar el enfrentamiento, al abrigo del laberinto de callejuelas de aquella parte de la ciudad.
Desarrollamos una gran habilidad en esta forma de lucha callejera y durante un largo periodo los piquetes del partido – a los que se unían “espontáneos” de las Ramblas –eran capaces de hostigar a la policía durante horas. Las manifestaciones acabaron convirtiéndose en un pretexto para lo que venía después.
El planteamiento político que fundamentaba esta radicalización era el rechazo total a la transición hacia una democracia parlamentaria. Lo revolucionario consistía en desbaratarla. Estos cambios eran reflejo de la posición del partido ante las transformaciones políticas que tuvieron lugar a la muerte de Franco. Por un lado estaban aquellos que buscaban, mediante negociaciones y pactos, la transición sin sobresaltos, ni ajustes de cuentas con el anterior régimen, a un sistema parlamentario mínimamente homologable en Europa. Del otro lado estaba la calle que a la muerte del dictador se llenó de gente que anhelaba cambios sociales y políticos en profundidad.
El PCE (i) consideraba una traición lo que se estaba pactando entre las elites pues se trataba de una operación de maquillaje del Franquismo que dejaba intactos los resortes desde donde los franquistas y el capitalismo ejercían el poder. Desde la óptica de un partido leninista se tenía que desbordar el reformismo con la radicalización de las luchas obreras y populares. En nuestro caso la materialización de esa idea, a falta de otros medios, implicaba el salto hacia delante de las manifestaciones en las Ramblas.
Eso era lo que podía aportar al proceso de agitación social que vivía España un partido que contaba con militantes muy entregados pero poco numerosos y con uno organización sin apenas implantación social.
Durante algún tiempo la lucha callejera consiguió que el PCE (i) atrajera la atención mediática y fuera referencia de la resistencia urbana en Barcelona. Tanbien atrajo la atención de la policía que además de tomar con los antidisturbios las Ramblas y el Casc Antic puso en circulación grupos de policías de paisano que hacía fuego real si se presentaba la ocasión.
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| Gustavo Muñoz |
Jordi Martínez de Foix murió el 14 de octubre de 1978 fabricando unas pequeñas bombas caseras conocidas como petardos irlandeses, tenía veinte y un años.
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| Jordi Martínez de Foix |
A pesar de que estaban apareciendo evidentes señales de agotamiento se siguió manteniendo la misma linia de acción. No se dio la oportunidad a una discusión abierta en el seno de la organización. No se aceptó o no se vio que por esta vía no se iba a cambiar el curso de las cosas. Este empecinamiento resultó ser suicida, desgastando a la militancia , dejando una organización quemada; expuesta a acciones cada vez más arriesgadas –se intentó dar el paso a la lucha armada – castigada por numerosas detenciones y haciéndonos perder el modesto apoyo social con el que se contaba .
Así se llegó a una muerte por inanición, el grueso de la militancia fue abandonando la disciplina del partido que como tal mantuvo sus siglas algún año más.
Dejé el partido en el otoño del 1979, explicando las razones de mi salida en una carta abierta a todos los militantes.
"Camarada Fernando"
Marzo del 2017
"Camarada Fernando"
Marzo del 2017








Hola. Gracias por tu escrito. Me ha resultado noble, clarificador. Ojalá se historiase más a partir de relatos sinceros en primera persona, con este enfoque.
ResponderEliminarMe ha parecido una estupenda aportación,el PCE(i),lp, realmente es un proceso muy poco conocido.
ResponderEliminarNo tinc clar que la mort d'En Jordi Martinez de Foix, fos per un error en la manipulació dels explosius ... pel demès ha estat agradable llegir-te
ResponderEliminarCon el fin de recabar información para una biografía que escribo, me pregunto si me podrían ayudar a contactar con Inmaculada Gracia Monje, miembro del PCE (i), que estuvo en huelga de hambre en 1978. Les agradecería enormemente la ayuda.
ResponderEliminarMe ha sumergido en una etapa de mi vida hasta el punto de revivirla. Muy cierta reflexión y compartida en su totalidad.
ResponderEliminarBuen articulo Fernando.
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